
Finalmente, ni Hamilton ni Alonso: el mundial fue para Raikkonen y su Ferrari. El finlandés es uno de esos luchadores del deporte con el que la mala suerte se ha cebado en los últimos años. Ahora debe agradecer a su antiguo jefe, Ron Dennis, la concatenación de despropósitos que han acabado en el ridículo de McLaren y en la gloria mundial para la escudería del
cavallino. Paradójicamente, Kimi perdió dos mundiales con la firma anglo-alemana a causa de la escasa fiabilidad de sus coches, y el pasado domingo lo ganó por fin debido a un fallo en la gestión de la caja de cambios de Hamilton en el momento menos pertinente. Viejos fantasmas, nuevos errores.
Frío por fuera, latino y agresivo en la pista, gamberro en la intimidad, este finlandés de 28 años nos enseñó finalmente esa sonrisa díscola y feliz que parece reservar para los momentos únicos. No obstante, se coronó sin alardear de aspavientos ni saltos, fiel a su estilo nórdico. Nacido en la localidad finlandesa de Espoo en octubre de 1979, empezó en los karts a los diez años, siete más mayor que Fernando Alonso, con quien compartió carreras y a quien sucede en el palmarés de la Fórmula 1. “No puedo condensar mi pasado en un minuto, pero yo no vengo de una familia rica, he trabajado mucho y también me han ayudado mucho”, afirmó Kimi tras ganar campeonato.
De Raikkonen se sabe que su temperatura emocional ha sido fría desde la infancia. No le llaman Iceman (Hombre de Hielo) por casualidad. Paula Raikkonen, su madre, sólo recuerda una ocasión en que su hijo menor se pusiera nervioso de verdad. Es su anécdota más famosa. Kimi tenía seis años y acompañó a su madre al médico. Allí empezó a comportarse agitado y nervioso en la zona de juegos. El médico pensaba que tenía problemas de concentración. Pero pronto se dio cuenta de lo que ocurría en realidad: el crío había resuelto fácilmente un puzzle adaptado a su edad y la enfermera de turno le negaba otro superior, para niños entre diez y quince años. Cuando se lo facilitaron, el pequeño lo solucionó y expuso una sonrisa feliz. Ese gesto que suministra con cuentagotas desde su más tierna infancia. “Su hijo no tiene precisamente problemas de concentración”, dictaminó finalmente el doctor.
Hace pocos días Kimi Raikkonen volvió a sonreír. Era una sonrisa que tenía tiempo guardada. El deporte y, en particular, la Fórmula 1, tenían una cuenta pendiente con este finlandés. Pero el deporte es grande y en ocasiones paga sus deudas pendientes, redimiendo a aquellos deportistas con los que la mala suerte se ha cebado en exceso. Frío por fuera, latino y agresivo en la pista, gamberro en la intimidad, el domingo pasado Kimi nos deleitó con la sonrisa más feliz de su vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario