martes, 30 de octubre de 2007
Tributo al Quinto Magnífico
De padres argelinos, nació en Marsella y lo llamaron Zinedine. Cuando era pequeño jugaba a fútbol todos los días. Lo hacía en la calle, con sus amigos; se trataba de algo lúdico, nada profesional. Jugaba como lo hacía cualquier otro niño: se trataba de pasarlo bien en un contexto ciertamente difícil. De adolescente supo que quería ser futbolista profesional porque no sabía hacer otra cosa mejor. Sus orígenes humildes lo elevan al género del mito. Eruditos y seguidores del ámbito futbolero lo encumbran a la altura de los dioses del olimpo futbolístico. Y lo equiparan asimismo con otros nombres ilustres de este excelso deporte, tales como Di Stéfano, Pelé, Maradona o Cruyff. El quinto magnífico, le llaman algunos. Quizás no sea para menos.
Los niños sueñan. Son idealistas, románticos en cierto modo. Este argelino cumplió su sueño de infancia, ese sueño que tantísimas personas no logran alcanzar en vida. En su caso, ganó el Mundial. Pero no lo hizo de cualquier manera, ni a cualquier precio. En casa y con sus goles, liderando a su selección. Quizás sea el momento más grandioso de su carrera deportiva. Y de su vida. Efectivamente, él mismo lo reconoce. Pero Zidane ganó muchas cosas más, casi todo lo que se puede ganar en este deporte. De hecho, pocas cosas se pueden decir de Zizou que ya no sepan, máxime si encima son madridistas o seguidores de nuestra Liga.
Al contrario de lo que muchos afirman en la actualidad, no existe el fútbol viejo y el fútbol nuevo, sino el fútbol bien y mal jugado. Zizou fue durante muchos años el máximo exponente del fútbol bien jugado; fue la cúspide, la cumbre, la corona de un fútbol que por desgracia se extingue como una llama que se apaga. Los estertores del balompié bien jugado se aprecian en la comercialización de este deporte; el negocio prima sobre el juego y éste tiende a sistematizarse hasta el aburrimiento primando el aspecto defensivo frente al ofensivo. El ocaso de los ídolos.
Los amantes de este deporte disfrutábamos como críos paladeando el fútbol que exhibía este francés que pese a no haber nacido en un pesebre futbolístico se convirtió con el tiempo en un auténtico profeta del fútbol. Jugadores como éste quedan pocos y están abocados a la extinción. Eslabones perdidos, magos del balón, llevan el fútbol adherido al alma, incrustado en lo más profundo de su ser. Zidane rompía defensas, quebraba las caderas más insignes, daba pases imposibles, resolvía problemas irresolubles, sistematizaba el juego como nadie, empleaba las dos piernas, defendía, atacaba... Ballet y elegancia sobre el césped eran las marcas que le identificaban. En él fondo y forma se equilibraban en una simbiosis casi perfecta; no hacía ni una sola floritura que no tuviese un fin práctico. En fin, fútbol total. De hecho, no jugaba al fútbol, sino que bailaba con el balón al son de una melodía que sólo su cabeza era capaz de entender. Estrellas como ésta son las que iluminan el cielo de este magno deporte. Y de muestra, un botón:
lunes, 29 de octubre de 2007
Poderoso caballero es don dinero
viernes, 26 de octubre de 2007
Retrato de aquel niño que no solía sonreír
lunes, 22 de octubre de 2007
El mayor ridículo jamás contado
Alonso necesitaba un milagro y los ángeles descendieron en escuadrón en su ayuda. Pero no fue suficiente. El coche de Fernando no corría ni para atrás, era una auténtica tortuga. No obstante, el asturiano fue agresivo en la salida, emparejándose con Hamilton. Y el británico no aguantó la presión. Pagó de nuevo la novatada, como en Sanghai. Le faltó el temple y la sangre fría que atesoran los grandes pilotos; pecó de avaricia y orgullo. Él solito se salió de la pista, ensuciando la caja de cambios y regalando el Mundial. Nadie le ayudó. El piloto inglés había tirado a la basura un campeonato que tenía en el bolsillo. En cuanto llegó la auténtica presión, la posibilidad real de proclamarse campeón se diluyó en la nada. Hamilton al final entró en la historia de una forma que no esperaba: en sólo dos curvas pasó de ser el campeón más joven del Mundial a ser el piloto que en menos tiempo lo pierde tras apagarse el semáforo. Los grandes titulares, las loas y las alabanzas, quedaron en papel mojado. Pudo ser un dios, un mito, un héroe, pero a la hora de la verdad se cagó en el pantalón.
Fernando Alonso se mostró combativo hasta el final. Pero su MP4/22 era lentísimo. No pudo seguir la estela del imperio rojo. Hizo cuanto pudo y nos tuvo en vilo hasta el último giro; siempre nos quedará la satisfacción de haber acariciado el sueño hasta el final. Alonso corría sin presión. No tenía nada que perder y salió a por todas. De hecho, el asturiano fue durante muchas vueltas virtual vencedor, mientras Massa lideró la carrera. Pero Ferrari cumplió como equipo. Y lo hizo con naturalidad e inteligencia. En el segundo repostaje Raikkonen salió por delante del piloto brasileño, quien gentilmente y en un gesto que le honra cedió la gloria al finés. Ahí se acabó la historia.
Ahora Ron Dennis debe reflexionar y aprender la lección. Tiene que dar explicaciones. Fue muy divertido observar cómo la señal de televisión internacional no pinchó ni un solo plano del británico en toda la carrera. Dennis tiene que explicar, por ejemplo, cómo es posible que “el mundial más fácil de los últimos 10 años” (en sus propias palabras) se haya transformado en un año más de sequía. Desde 1950, año en que se inició la Fórmula 1 moderna, no habíamos vuelto a ver que el tercer clasificado a falta de una carrera ganara el Mundial. Por tanto, hace 57 años que no se había visto un ridículo tan grande como el de McLaren.
Éste fue el último capítulo de la peor gestión posible al frente de un equipo de Fórmula 1. Tenían un coche ganador, y ficharon al campeón del mundo para que lo preparase. Alonso les ayudó a ganar, y McLaren ayudó al asturiano a perder. Ron Dennis apostó todo por un debutante que finalmente no ha estado a la altura. Ahora la escudería británica está compuesta y sin títulos, con el honor pisoteado, con una multa a cuestas de 100 millones de dólares y con el mejor piloto que han tenido en mucho tiempo deseando pillar las de Villadiego. Por eso digo que Dennis debe reflexionar y aprender la lección.
El próximo año Alonso llevará el tres grabado en su coche. Y el tres es genial. El tres tiene algo, mola. El tres es tres veces el uno. Los dos primeros necesitan sumarse para llegar a ser como el tres. Pero, personalmente, creo que Fernando hubiera llevado el número uno en su bólido de no ser por aquella célebre cacicada de Hungría, cuando la FIA le birló la pole al asturiano por obedecer órdenes de equipo. El mismo Fernando lo reconoció tras la carrera de Interlagos: “No hemos perdido el título hoy, con los puntos de Hungría hubiese servido”. Y así es.
domingo, 21 de octubre de 2007
Genio y Figura
Lo consiguió. Misión cumplida. Jorge Lorenzo conquistó en el Gran Premio de Malasia, disputado en el circuito de Sepang, su segundo título mundial de 250 c.c. Este es el trigésimo primer título mundial de la historia que gana un piloto español. Pero también es, sin duda, la justa recompensa a una temporada perfecta, impecable, en la que el piloto mallorquín ha subyugado a sus adversarios, dominando de cabo a rabo prácticamente en todos los circuitos. El resultado está a la vista: Lorenzo ya es bicampeón del cuarto de litro.
El piloto de Palma de Mallorca dominó parte de la prueba de Sepang, pero al final fue tercero en la carrera por detrás del japonés Hiroshi Aoyama (KTM) y el español Héctor Barberá (Aprilia). Lorenzo sólo necesitaba cinco puntos para sumar en Kuala Lumpur su segundo campeonato, por lo que hubiera sido campeón con una undécima plaza. Pero el piloto español, fiel a su estilo combativo, no sólo se fue a por el título, sino también a por el Gran Premio. Lorenzo es un inconformista, y eso gusta. Eso se agradece. Genio y figura.
Jorge nos ha acostumbrado en esta temporada a unas peculiares exhibiciones ligadas a la conquista de los circuitos por los que ha ido dejando su huella, al estilo Rossi más juvenil. Si hace pocas semanas alquiló la indumentaria original que portó el oscarizado Russel Crowe en la película Gladiator, hoy el mallorquín se ha atrevido con el ámbito pugilístico para simbolizar su última conquista. Así es. Se ha caracterizado como Jorge “Rocky Balboa” Lorenzo. Sin duda que ha acertado con la indumentaria. Porque es del conocimiento público que el piloto español ha dominado con puño de hierro durante todo el mundial. Su imperio no ha tenido parangón.
Tras demostrar a todo el mundo que la categoría del cuarto de litro no tiene ya secretos para él y se le queda pequeña, el mallorquín se prepara para dar el salto a Moto GP, donde la próxima temporada será el compañero de Valentino Rossi en el equipo oficial Yamaha. Vaya tándem, ¿verdad? Además, para mayor disfrute de los aficionados a este deporte hay que decir que en la categoría reina volverá a verse las caras con el que ha sido su gran rival las dos últimas temporadas, el italiano Andrea Dovizioso. Seguro que Jorge Lorenzo volverá a hacernos vibrar en Moto GP con su pilotaje agresivo y sus peculiares conquistas. Si no, al tiempo.
Gigante Tamudo
Todos los amantes del buen fútbol disfrutamos como críos con el fascinante juego que exhiben los denominados cracks. Eslabones perdidos, maestros del balón, todos ellos llevan el fútbol adherido al alma, a su propia piel, a sus genes: nacieron para el fútbol y a él se deben, no sabiendo hacer otra cosa mejor. Nadie los iguala en ello. Y por eso nos divertimos como niños cuando los vemos romper murallas defensivas, dar pases imposibles o resolver problemas irresolubles. Maradona, Zidane, Ronaldinho, Messi... Son palabras mayores. Qué voy a decir de ellos que ya no sepan. Son las estrellas que iluminan el cielo de este magno deporte.
Sin embargo, a veces se nos olvida la trascendencia de los futbolistas de equipo, jugadores que sin tener el pedigrí de cracks rinden a un nivel muy alto. A todos nos encanta el fútbol de calidad que brindan los jugones, pero también hay que fijarse en esos futbolistas capaces de brillar sin tener, al menos en apariencia, las cualidades que engalanan a las estrellas. ¿A ustedes qué les dice el nombre de Raúl Tamudo? La actuación de este chico el otro día ante Dinamarca ha devuelto al fútbol una lección que frecuentemente se nos olvida: la grandísima importancia de los jugadores de equipo.
De hecho, pocos días después de su buena actuación en Aarhus le ha pintado también la cara al mismísimo Real Madrid, castigándolo con el puño justiciero de su buen hacer, de su buen juego. Casillas todavía está buscando por dónde entró el soberbio gol que le endosó: una vaselina de ensueño, de ésas que entran por toda la escuadra. Tamudo no hace ruido, siempre es correcto en las formas. Pasa desapercibido y no pide para sí más protagonismo que el que él mismo se gana sobre el césped. Con la Selección nos sacó de un brete importante rompiendo la férrea defensa danesa y abriendo el marcador. Tamudo jugaba sin ninguna presión porque no tenía nada que perder y sí mucho que ganar. Ningún meapilas le iba a exigir que fuera el salvador de la patria.
Tal y como es fuera del campo, lo es dentro. Pasa desapercibido, parece que no está, pero tiene algo, una habilidad especial: es escurridizo e inteligente, y sabe resolver como pocos. Se trata de un buscavidas: le da lo mismo con quién juegue, ya sea solo o acompañado, porque es un cazador de área y aparece con gran facilidad sin ser visto. No es necesario recordar lo trascendental que fue su actuación en el desenlace de la última Liga con sus dos goles en el Camp Nou. Para los madridistas es un ídolo. Pero en Montjuïc es mucho más que eso. Allí es un pequeño dios que junto a Riera, Luis García y De la Peña puede liársela a cualquiera.
lunes, 15 de octubre de 2007
Las dos Españas
La Selección española ganó y convenció. Cosa rara, por cierto. Y lo hizo sin Raúl. Bueno sí: lo hizo con Raúl... Tamudo. Gracias a su ingenuidad (quizás derivada de su decadente vejez) ya sabemos lo que opina Luis Aragonés del ya extinto Raúl. El jugador español más nombrado por los medios de comuniación en la trascendental cita de España en Dinamarca fue precisamente el que no iba convocado. Eso es que algo no funciona. Raúl sí, Raúl no. He aquí la cuestión que divide no sólo a los medios, sino a la sociedad entera. La cultura de bandos irreconciliables, a la que España es tan afín en política y en lo que sea, se traslada al fútbol. De hecho, muchos periodistas deportivos de renombre afirmaban horas antes del decisivo encuentro en Aarhus: "Todos queremos lo mismo, que España gane". Pues cuando se necesita expresar lo obvio es que no es tan obvio; la otra noche, muchos vieron a la Selección con la ilusión de verla perder. Es decir, las dos Españas extrapoladas al fútbol.
España, pese a todos los contratiempos, solventó con rigor y buen juego un partido que se presumía difícil ante Dinamarca. La selección española había hecho costumbre de las complicaciones innecesarias. Además, eran muchos los problemas del equipo como para agregar conflictos absurdos; Luis Aragonés tampoco ha estado a la altura de un seleccinador acreditado y capaz, un hombre con ascendencia sobre los jugadores, un técnico dispuesto a sacar lo mejor de su equipo en el momento más difícil. El sabio de Hortaleza se metió en berenjenales que han generado más ruido del deseado en torno a un equipo que requería cohesión y tranquilidad; se enredó en situaciones cómicas (como el corte de mangas a Juanito, mitad real, mitad imaginario) y preocupantes (como el calentón ante un grupo de aficionados que reclamaban a Raúl). A pesar de todo esto, España ganó. Y ahora muchos dicen que lo hizo echando mano del jogo bonito. El Brasil europeo, afirman algunos reputados periodistas que antes no paraban de atizar la pira funeraria.
Pero para mí el problema de fondo no son los jugadores, una generación joven con amplia experiencia internacional. Ni siquiera lo es Luis Aragonés. El problema es que el rival juega un partido y España juega dos o tres simultáneos, como al ajedrez. Demasiados frentes abiertos. Que si mis jugadores no deben forzar, que si Raúl sí, Rául no, que si esos son unos mercenarios, que si éstos son y éstos no son... En fin, ya me entienden. Las dos Españas extrapoladas al ámbito futbolístico. Un sinsentido. O, lo que es peor, un aburrimiento.
¿Qué se apuestan a que Alonso gana el Mundial?
Bien es verdad que Fernando Alonso, nuestro asturiano más universal, no es el alma de la fiesta. Alonso cae bien y mal por igual, sin paliativos ni medias tintas. No obstante, me juego lo que sea a que el próximo domingo 21 tanto los incondicionales como los detractores del piloto español compartirán sillón y lo que se tercie para seguir el Gran Premio de Interlagos. Y una de dos: o Fernando revalida su título mundial (que ya sería el tercero, nada menos), o Lewis Hamilton, su compañero de escudería y sin embargo su peor enemigo, se corona como el campeón del mundo de Fórmula 1 más joven de la historia. Una de dos.
Todos quisiéramos, sin duda, que Alonso fuera una persona menos hermética, más accesible y simpática. A veces parece como si estuviera enfadado con el universo, siempre echando la culpa a los demás; un poco de autocrítica siempre queda bien en los medios. Pero de ahí a desear que pierda va un largo trecho. De verdad, es algo que no entiendo. Vale que el asturiano sea un borde, pero Lewis Hamilton ha recibido a lo largo de esta temporada un trato de favor escandaloso de la Fia y de McLaren, por no meter también en el saco al patrón de este deporte, el también inglés Bernie Ecclestone. A los expertos y a las pruebas me remito. De acuerdo que Alonso es un vanidoso y un creído, pero su compañero inglés ha demostrado en cuantiosas ocasiones que es un niñato consentido.
Fernando Alonso está más solo que nunca. Más solo que la una. Cuatro puntos le separan del piloto inglés. El español no depende de sí mismo, pero a mí me da que el joven Hamilton no aguantará la presión que se le viene encima. Ya lo demostró en Shangai, donde cometió un error infantil teniendo el mundial prácticamente en el bolsillo. Alonso está solo, pero siempre se ha dicho que un hombre solo ante el peligro es el hombre más fuerte al que nadie se pueda enfrentar. El próximo día 21 nuestro piloto más internacional no sólo competirá en la pista de Brasil contra Hamilton, sino también contra su propia escudería, contra Ecclestone, contra Mosley, contra toda la prensa inglesa... En definitiva, contra todos sus detractores. ¡Yo que ellos miraría por el retrovisor!